de Quintín García.
Acto
1º
Aún a lomos de su cabalgadura
el
juglar de la noche relincha
cartografías
y aguas abisales, agrios
guarismos
de sombras y vísceras
regresados
del fragor asesino del mar
y
sus patrones:
señores,
diez
mil naos con sus guarniciones
de
asalto chocan
contra
los acantilados y fenecen
antes
de llegar a Ítaca.
O
sus cuerpos y almas, devastados,
arden
en las alambradas y altas
almenas
con que nuestras Autoridades
nos
defienden de los salteadores
y
leprosos mientras se beben
con
bacardí un concierto de vihuelas
y
cruces y medallas para honrar
la
memoria conquistadora
de
la Patria.
¡Derramemos
–dice el juglar-,
una
lágrima, dos, por ellos,
por
quienes son exterminados
bajo
el cascarón derruido de su sino!
Acto 2º
Yo
me persigno, pobrecillos, vienen
huyendo,
míralos, míralos, -¿cuándo
cenamos,
Luisa?, es hora-.
Mientras
me
recupero del mensaje cifrado
del
juglar, ¡ay!, voy ordenando
la
muda orografía gris de los platos
en
derredor de la mesa y miro
receloso
en la distancia el escaparate
de
orlas fúnebres por si me asalta
la
cárdena mordedura
de
sus muertes:
Del
hontanar catódico se yerguen
herrumbrados
fantasmas, espectros
sin
derecho a nombre y apellidos, sólo
ceros
y ceros como geranios fenecidos, minotauros
quebrados
por la luz cenital
de
la noche más oscura, fugaz linaje
huyendo
de la nada hacia la nada.
Presiento
por mi espalda una turbamulta
de
alacranes, el eructo ronco
de
los buitres que olfatean el aire
turbio
de una carne tan triste.
Acto 3º
Se
le han quedado mudas las palabras al juglar, hueras
las
palabras. Sobre mi mesa dispuesta para el ágape
repican
los cuchillos contra los tambores hechos
con
la piel de los antiguos esclavos, las cucharas
declaman
a cuatro voces mixtas el húmedo
pregón
del Dies irae.
Y
yo
fabrico
hachones malvas en su honor
con
las manecillas del reloj
varado
en esta hora avergonzada
de
las 9 de la noche (¿cuándo
cenamos,
Luisa?) para poder
ingresar
en el fúnebre rito:
Inician el desfile los
ceros sin nombre
contra
el ventanal amargo amontonándose,
entrechocando
perfiles por salir
los
primeros a decir sus palabras
de
ceniza. Bailan los ceros una danza
de
sonidos sin sílabas; bailan
sobre
las aspas en cruz que marcan
en
la esfera ritual las 9 de la noche -vertical
revelación
horizontal y repetida- seis millones
de
ceros sin nombre, sólo un número
sobre
el prestado sudario, el 0,
y
escuetamente, en sobreimpresión,
la
signación de las patrias: Etiopía,
Mali,
Mauritania, África Occidental....
Un
hilo de pesares ensayados zurce
en
rojo y violeta el crespón
de
sus lejanas fotografías sin ojos
con
que ameniza la ensalada de puerros
mi
mujer sobre el mantel purísimo, verdes,
blancos,
purísimos; cárdenas,
sanguinolentas,
sus miradas
raptadas
por el éter, yertas.
Apaga
eso,
cariño,
nosotros
somos
vegetarianos.
Acto
4º
Apagué.
De regreso
se
me habían quedado
asidas
a los dedos como lapas
a
la herrumbre de un barco
las
sombras fantasmales de esos
ceros
inertes, de pie
sin
piernas sobre la redondez
de
la mesa camilla, blanca, purísima,
sobre
la redondez herida de la tierra
que
limita a las 9 de la noche
con
mi plato de puerros, fusilados, verdes.
Echa
aceite, cariño, se me han quedado
secos,
hoy los niños no vienen, están
haciendo
surfing con el colegio.
Acto
5º
Cesan
en el sopor asustado de mi vientre
las
voces de la Farsa,
el baile
gris
de las máscaras, sólo números,
tibios,
fusilados, verdes como los puerros,
glaucos
los ojos del miedo que persigue
a
los ciervos al amanecer por las sabanas
sin
dioses protectores; sabe
su
carne amarga de zarzamoras
a
destiempo, qué asco
casi
cruda, violeta, amarga. Pon
El Tiempo si quieres,
cariño, quizás
haya
olas sobre el Atlántico
y
corran peligro nuestros hijos.
Acto
6º
Señores, hasta mañana,
cortó
el
juglar. Felices sueños.
(Y
soñé, sí. Pero al despertarme
aún
seguían de pie, ensoberbecidas,
las
patrias. Y huían
de sí mismos
los cadáveres)